Llegamos al aeropuerto de Reykjavík via Londres a mediodía, recogimos el coche e iniciamos la marcha. Sin saberlo, el primer día íbamos a hacernos una idea muy aproximada de lo que veríamos el resto de nuestra estancia allí.
Nuestra primera parada fue en un lugar un poco en mitad de la nada en un extremo de la isla dónde había el reclamo de un faro viejo y un faro nuevo.
En ese mismo prado vimos que en verano (bueno, realmente cuando quieras, pero en verano dormirás con una temperatura más agradable) era posible acampar y que había una pequeña caseta con baños y lavaderos. Una de las grandes maravillas de Islandia es poder acampar donde te de la real gana.
Después, y siguiendo la carretera que bordea la costa encontramos una iglesia, la primera de cientos que veríamos después, casi siempre acompañadas de un pequeño cementerio.
Antes de ir a Islandia me dijeron que en esta época Islandia estaba marrón… doy fe, lo veréis en próximas entradas, me imagino todo eso verde y se me ponen los pelos de punta, hay kilometros y kilómetros de lava cubierta de musgo, de un musgo como de 15 cm de grosor superblandito, dan ganas de tumbarse a sestear.
Siguiendo la carretera encontramos un puente en el que se afirmaba que se encuentra la separación entre las placas tectónicas Euroasiática y América, por eso en ese puente se puede cruzar del continente europeo al americano.
Después empezamos a ver fumarolas por todas partes hasta llegar Krisuvík
Pasamos por el lago Kleifarvatn por una carretera muy chula y la primera F, la habían abierto hacía poco tiempo y no estábamos seguros de qué íbamos a encontrar.
Desde ahí hasta Selfoss dónde dormíamos. Menos cascadas y glaciares, vimos todo lo que veríamos el resto de los días, naturaleza en estado puro, espacios vacíos, ovejas y humo que sale de dónde menos te lo esperas 🙂
Parece otro planeta 🙂